Ayer dialogaba con un compañero periodista sobre la libertad de expresión en Venezuela (o la escasez de la misma, más bien), y surgió el siguiente argumento: «En Venezuela hay libertad de expresión; por eso la gente puede hablar mal del Gobierno». Su comentario aludía a las recientes declaraciones de Marciel Granier, presidente de la televisora venezolana RCTV, cuya concesión fue revocada con el argumento de que apoyaron el golpe de Estado contra el gobierno de Hugo Chávez en el 2002.
La premisa de la que parte el compañero (quien permanecerá en el anonimato, para que no digan que son bochinchero) no suena incorrecta en primera instancia; después de todo, Granier habla pestes del chavismo regularmente, y no ha aparecido muerto en un río. Desde una óptica algo limitada, podría considerarse libertad de expresión el poder expresar opiniones disidentes, y que, por extensión, sigue existiendo en Venezuela.
Sin embargo, para verdaderamente responder la pregunta, hay que ir un poco más allá. La libertad de expresión no es meramente poder hablar mal del Gobierno de turno… es poder hacerlo sin miedo a represalias, ya sea por parte del oficialismo o de sus partidarios.
Si bien es cierto que Granier habla mal del Gobierno, la línea editorial de su canal de televisión fue la razón primordial para la no renovación de la concesión. Al menos ésa es la postura de los opositores a la medida, que vienen tanto de la oposición como del oficialismo (unos por lo que representa, otros porque no podrán ver las novelas).
Otros medios en Venezuela, entre ellos Venevisión (Cisneros), han dejado de cubrir manifestaciones y marchas de oposición para no terminar como RCTV. Según Gustavo Cisneros, Venevisión sigue informando, sólo que se enfoca en el «día a día» (como si las protestas multitudinarias que ocurren regularmente no fuesen parte de los sucesos del día). Cuando se le revocó la concesión a RCTV, nadie de Venevisión –ni siquiera aquellos que antes trabajaron en RCTV– se atrevió a protestar por miedo a que los añadieran a la lista de medios golpistas. No fue sino hasta después del cierre que un grupo de actores y empleados del canal dijo extrañar a RCTV (claro está, sin reprocharle nada al Gobierno).
El hecho de que hayan medios que se sientan tan amenazados por el Gobierno que se vean obligados a alinearse con él para retener su permiso de transmisión es indicio de que lo que hay en Venezuela no es verdadera libertad de expresión. Lo que sucede es mucho más sutil de lo que muchos creen; no es un Gobierno que silencia con la fuerza, sino que acorrala a aquellos medios que no practican la autocensura y les hace la vida imposible.
La televisora opositora Globovisión fue una de las más vehementes en su repudio al cierre de RCTV. Con campañas publicitarias y cobertura sin interrupciones de las manifestaciones, mostraron su apoyo a Granier y a los trabajadores de la televisora hermana. Pocos días antes del cese de transmición de RCTV, el presidente Chávez exhortó a Globovisión a no «distorsionar la realidad», y amenazó con que «si no agarran mínimo, yo les impondré el mínimo», dejando claro que la verdad oficial es la realidad, y que quien no la pregone se expone a la censura gubernamental.
Otro ejemplo de ello es el del periodista Roger Santodomingo, ex director de Noticiero Digital, un medio electrónico de corte marcadamente opositor. Le hicieron llegar una carta de amenaza con su hijo de ocho años, mandando un mensaje muy claro: o te callas o tu familia corre peligro. Santodomingo renunció a la dirección de ND, lo cual no pasó inadvertido en los demás medios de comunicación opositores… y, pocos días después, su vehículo explotó misteriosamente mientras estaba estacionado en frente a su hogar. Más claro no canta un gallo.
Con cosas como estas, vale la pena preguntarse si quien dice que en Venezuela hay libertad de expresión entiende lo que está sucediendo en el país antes de opinar. La existencia de medios opositores no es evidencia de libertad de expresión… simplemente demuestra que algunos se niegan a dejar que un régimen autoritario les imponga una línea editorial complaciente. ¿Cuánto tiempo durarán esos medios? Es difícil saberlo. Lo que queda extremadamente claro es que lo que hay en Venezuela es una lucha por retener la libertad de pensamiento en un país donde el tan mencionado «golpe suave» lo da el Gobierno a los ciudadanos, y no a la inversa.